La Fundación BBVA y el Ivie han presentado el estudio La localización de la población española sobre el territorio. Un siglo de cambios, dirigido por los profesores de la Universidad de Valencia y del Ivie Matilde Mas y Francisco Goerlich, y elaborado junto con los autores Joaquín Azagra y Pilar Chorén. El libro realiza un análisis detallado de los últimos once censos de población elaborados en España, que ha sido posible gracias a la homogeneización de las informaciones contenidas en ellos. La homogeneización ha sido necesaria para seguir la trayectoria de municipios concretos, cuyos lindes territoriales han estado sujetos a modificaciones en el transcurso del tiempo, tales como fusiones, agregaciones y segregaciones.
La principal aportación del estudio es la cuantificación de fenómenos que ya son conocidos por especialistas y percibidos por la sociedad: el despoblamiento de los pueblos más pequeños del interior; la concentración de la población en las grandes ciudades y su posterior abandono hacia núcleos urbanos próximos a los centros de actividad, o la expansión de la urbanización del litoral. La cuantificación de estos fenómenos se hace desde una base estadística homogénea, tomando como referencia la estructura municipal del censo de 2001, lo que añade posibilidades al trabajo de los demógrafos en lo que al análisis del reparto espacial de la población se refiere. El estudio se acompaña de un CD que contiene las series de población de derecho para cada uno de los 8.108 municipios españoles existentes en 2001. La información está fechada para cada uno de los once censos elaborados por el INE a lo largo del siglo XX.
TERRITORIO PROFUNDAMENTE DESEQUILIBRADO
El estudio constata la profundización de las desigualdades en la distribución de la población española durante el siglo XX. El siguiente dato es significativo: once provincias tienen en 2001 menos habitantes que en 1900, y otras dos apenas unos pocos más. Las provincias que más población han perdido son, por este orden, Teruel, Soria, Zamora, Lugo, Ávila, Cuenca, Huesca, Ourense, Guadalajara, Palencia y Segovia. Todo ello ha ocurrido en un país que ha duplicado su población largamente pero lo ha hecho a ritmos territoriales muy dispares.
El mayor protagonismo en cuanto a ganancias de población lo han tenido las provincias de Madrid, Las Palmas y Barcelona. Entre Madrid y Barcelona reunían, en 2001, la cuarta parte de la población española. Tras ellas, otras dos, Valencia y Sevilla consiguen que en cuatro provincias se concentre más de un tercio de la población, concretamente el 34,7%. Ampliando el número de provincias a las once más pobladas del país se reúne al 55,1% de la población total en España.
El resultado es que la inmensa mayoría de la población, el 95,9%, se concentra en la mitad del territorio nacional, en tanto que la otra mitad alberga al 4,1% restante. No se trata, pues, de un reparto algo desigual de la población, sino profundamente desequilibrado. Esta progresiva concentración de la población ha llevado a que el 40% de los españoles resida en tan sólo un 1% del territorio nacional.
LA URBANIZACIÓN DEL TERRITORIO
El proceso de urbanización es, según el estudio, el factor más relevante en lo que respecta a la ubicación de la población sobre el territorio. Así sucede en los grandes municipios, los de más de 100.000 habitantes, en cuyos 56 términos se reúne el 40,3% de la población. Si se añade a éstos los 63 que tienen más de 50.000 habitantes, que recogen otro 10,4%, el resultado es que mientras 119 municipios albergan a 20.680.000 habitantes, en los restantes 7.989 residen los otros 20.160.000 de españoles.
Es decir, el crecimiento de todo el siglo ha sido canalizado básicamente por las ciudades. Si en 1900 el porcentaje de quienes vivían en ciudades mayores de 10.000 habitantes era del 32,4%, a finales del siglo lo hacía un 76,3%. Si en el siglo España ha aumentado su población en 22 millones de habitantes, las ciudades de más de 50.000 han ganado 18 millones.
1981-2001: LAS GRANDES CIUDADES DETIENEN SU CRECIMIENTO
Los autores del estudio de la Fundación BBVA e Ivie subrayan que desde el censo de 1981 las grandes ciudades detienen su crecimiento. En concreto, los datos censales señalan pérdidas absolutas de población en Madrid, Barcelona, Valencia, Bilbao, Las Palmas y Cádiz, y estancamiento en otras como Sevilla o Sta. Cruz de Tenerife, con distintos ritmos e intensidades, en algún momento entre 1970 y 2001.
La pérdida de población de las principales ciudades del país apunta a un agotamiento del modelo de asentamiento debido a varias causas. De un lado, la despoblación y el envejecimiento de la población rural ha frenado el éxodo desde el campo hacia la ciudad. De otro, que siendo ahora el mecanismo más potente de incrementar la población el derivado de los movimientos inmigratorios, ante las dificultades para encontrar vivienda en la gran ciudad y habida cuenta de la actual facilidad para el transporte, los inmigrantes buscan su asentamiento en entornos más favorables. Todo ello estaría provocando no tanto una desurbanización cuanto una redistribución entre las mismas ciudades.
EL PAPEL DE LAS ÁREAS METROPOLITANAS
Donde este fenómeno se visualiza mejor es en el caso de las áreas metropolitanas y, en concreto, en la de Madrid. La pérdida de población que registra la capital contrasta con el robusto crecimiento de municipios del área como Fuenlabrada, que entre 1970 y 2001 pasó de ser una pequeña población de poco más de siete mil habitantes a una ciudad que supera los ciento ochenta mil; o Móstoles, que pasó de dieciocho mil a casi doscientos mil.
Entre las citadas 119 ciudades que superan los cincuenta mil habitantes y que siguen creciendo, más de un tercio, nada menos que 43, se corresponden con esas áreas: 17 a la de Barcelona, 15 a la de Madrid, 5 a la de Bilbao, 3 a la de Sevilla y 3 a la de Valencia.
TODO UN PROCESO DE MODERNIZACIÓN DEMOGRÁFICA
El libro concluye que en el siglo XX España da muestras de haber completado todo un proceso de modernización demográfica. Lo inició lentamente en sus primeros años, acentuando de forma gradual fenómenos tan antiguos como la búsqueda de la ciudad y la atracción de la periferia litoral. A lo largo de la primera mitad del siglo XX, España fue rebajando sus tasas de natalidad gradualmente y, de forma más acusada, las de mortalidad; sus habitantes incrementaron su movilidad y cambiaron de provincia y frecuentemente de hábitat, el rural por el urbano. Con todo ello, accedió a la segunda mitad del siglo, en plena fase de transición demográfica, de movilidad y de proceso urbanizador.
Los años sesenta y setenta, con su capacidad de cambio económico -industria, servicios, turismo- y de transformación social, aceleraron al máximo dichos procesos hasta darlos por cumplimentados. A partir de mediados de los años setenta y espoleados por las sucesivas crisis energéticas se produjeron cambios demográficos de la mayor trascendencia. A las altas tasas de natalidad les sucedió una brusca caída; a la emigración, la inmigración, y a la urbanización un perceptible proceso de redistribución de la población sobre el territorio del que salen beneficiadas las ciudades medianas. Síntomas de que los perfiles definidores del siglo XX ya no son los mismos al acceder al siglo XXI.
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